LA LUCHA CONTRA EL CAMBIO CLIMÁTICO EN CANARIAS: MÁS ALLÁ DE UN CAMBIO DE MODELO ENERGÉTICO

Noelia Sánchez Suárez – Secretaria General de la Federación Ben Magec-Ecologistas en Acción

Actualmente en Canarias asistimos a un interés institucional por el cambio climático aparentemente creciente, que se traduce en la celebración de eventos informativos, en la organización de actividades de sensibilización y que, en los mejores casos, se concreta en la elaboración de estrategias y planes con una batería de medidas que, de llevarse a cabo, podrían contribuir a la mitigación de este urgente problema global.

Esta preocupación no es para menos. Los más de 2.000 científicos que conforman el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático vienen advirtiéndonos hace años de que, si continuamos por la senda actual de generación de Gases de Efecto Invernadero (los denominados GEI), nos seguiremos alejando del menos peligroso de los escenarios para nuestro futuro inmediato, el de la subida de 1´5 grados de aquí a final de siglo de la temperatura media del planeta con respecto a la era preindustrial. Caminaríamos entonces hacia el escenario menos esperanzador: el de un planeta 2 grados centígrados más cálido debido a la actividad humana, contemplándose incluso los 5 grados de incremento. Sobrepasar el grado y medio no es cualquier cosa. Superarlo supondrá intensificar los procesos de realimentación positiva que provocan un incremento exponencial de los efectos adversos del cambio climático.

Pero, ¿qué son estos procesos de realimentación positiva y qué importancia tienen? Veámoslo con un ejemplo. El incremento de la temperatura está produciendo el derretimiento del permafrost, la capa de suelo bajo la superficial, que se encuentra permanentemente congelada en las regiones más frías del planeta. Su descongelación provocaría la liberación de dos de los principales gases de efecto invernadero, carbono y metano, que están compactados dentro de él. La cantidad de carbono retenido en este permafrost es más o menos el doble del que ya contiene la atmósfera. Y el metano tiene un poder de calentamiento muy superior al del dióxido de carbono en los primeros 20 años. Esto significaría que a mayores temperaturas, mayor sería la liberación de gases que elevan la temperatura: estaríamos inmersos en una espiral perversa de calentamiento exponencial. Pero esto no es una ficción para seducir a la inteligencia. El permafrost ya se está empezando a descongelar, y a un ritmo mayor de lo que se pensaba. Y el caso del permafrost es sólo uno de los innumerables bucles de realimentación positiva vinculados al calentamiento global.

Según las conclusiones de diferentes estudios e informes la responsabilidad de Canarias, nuestra contribución al cambio climático global, es alarmante en relación al escaso territorio y la población que representamos. Y esto a pesar de nuestra especial vulnerabilidad a las consecuencias del mismo, como territorios insulares que somos. A pesar de lo que nos toca -subidas del nivel del mar, aumento del riesgo de incendios, erosión, pérdida de biodiversidad…-, cuando hablamos de mitigar el cambio climático en Canarias se suele poner el foco exclusivamente en el impacto de los combustibles fósiles en los que se sustenta nuestro sector energético y en el elevado ratio de automóviles por habitante -fundamentales por supuesto-, sin atender a la “imagen del conjunto”, al propio modelo.

Al hablar de modelo de desarrollo nos referimos a un modelo social y económico que, en nuestro caso, está asentado casi exclusivamente desde hace más de cuarenta años en el turismo y la construcción. Este modelo se desarrolla absolutamente de espaldas a los límites del territorio y los recursos, a costa del clima, el medioambiente y la calidad de vida de las personas que aquí habitamos. Este modelo supone la llegada anual de 16 millones de turistas en avión, uno de los medios de transporte que más contribuyen a elevar las emisiones, turistas que intensifican la demanda energética y de recursos limitados como el agua y multiplican los residuos. Un sistema que, por otra parte, promueve que buena parte del empleo y de los servicios públicos esenciales para la población como la sanidad se concentre en las capitales abocándonos a desplazamientos forzados en vehículo privado. Un sistema que pone al servicio de la industria turística las infraestructuras pagadas con dinero público, que utiliza el mantra del crecimiento turístico para justificar la construcción de más y más carreteras e infraestructuras como las portuarias, principales responsables de la eliminación de importantes sumideros de carbono como las praderas submarinas de cymodocea nodosa –seba-, aliados naturales clave en la captación del excedente de carbono. Este modelo de desarrollo económico prima los centros comerciales, las cadenas y las grandes superficies como nodos de consumo, que se nutren de alimentos y mercancías que viajan miles de kilómetros quemando petróleo, en detrimento de la producción local y la soberanía alimentaria, intensificando las actividades que contribuyen al calentamiento global.

Por todo esto, desde la federación ecologista canaria pensamos que, si realmente queremos luchar contra el cambio climático no se trata sólo de hacer cambios en el modelo energético para sustituir nuestro alto consumo de energías fósiles por renovables y no es cuestión únicamente de cambiar vehículos privados diésel por coches eléctricos. Supone repensar este modelo que depreda territorio sepultándolo bajo nuevas carreteras y pistas aeroportuarias que demandan más suelo, más vuelos, más coches y desplazamientos hasta el infinito. Se trata de valorar si este sistema que destruye el litoral y los recursos naturales con la construcción sin límites de hoteles e infraestructuras portuarias innecesarias y que aumenta acríticamente el número de visitantes sin que se traduzca en la creación de puestos de trabajo en condiciones dignas o en una mayor recaudación de dinero para sustentar los servicios públicos esenciales, es viable y lo queremos.

Hacer algo en serio contra el cambio climático requiere, desde nuestro punto de vista, abandonar la política socioeconómica reduccionista y obsoleta que hemos desarrollado hasta la fecha. Significa tener la valentía de anteponer el bien común y los derechos de la ciudadanía a los puramente económicos, intereses generales muchas veces contrapuestos con los intereses de los grupos empresariales ligados al turismo y la construcción para los que está diseñado el actual modelo. El cambio climático es, sin duda, un llamamiento a la movilización de la ciudadanía para exigir una respuesta con parámetros de justicia social a este gran reto de nuestro tiempo, porque sería ingenuo pensar que la clase política y empresarial, que es la artífice del problema, vaya a ser la impulsora del cambio. Porque un desarrollo que es sólo económico y para unos pocos, no sólo no es sostenible ni humano: simplemente no es desarrollo.

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